Nerón contempla el incendio de Roma, por Carl Theodor von Piloty (1826-1886). Wikimedia Commons, CC BY-SA
Artículo de
Tewise Yurena Ortega González, publicado el 11 de agosto de 2024 en la web “The
Conversation”.
“La
expansión de los edificios en la antigua Roma hizo necesario gestionar
eficazmente los riesgos derivados de fenómenos naturales y accidentes como
terremotos, inundaciones e incendios. En respuesta, la administración romana
demostró una organización propia de una estructura institucional avanzada y una
adaptación coherente a los desafíos de una ciudad en constante crecimiento.
Cada uno de
estos eventos catastróficos dio lugar a ambiciosas intervenciones de
reconstrucción por la magnitud de los efectos, así como a la adopción de
medidas legislativas y de gestión pública.
El fuego
podía generarse por causas naturales, esto es, por fenómenos climáticos
adversos como sequías o tormentas eléctricas, o por desastres naturales como
terremotos.
Asimismo,
los incendios podían originarse por causas accidentales, principalmente
atribuibles a la negligencia humana, tanto en el ámbito doméstico –debido a
descuidos durante actividades cotidianas como la preparación de alimentos o el
uso de fuentes de iluminación– como en el entorno laboral, donde ciertos
oficios requerían el uso directo del fuego, como la herrería, la alfarería o
incluso la cremación de cadáveres y bienes.
Por otra
parte, factores como el diseño urbano y arquitectónico, el uso de materiales
inflamables en las construcciones, así como la comisión de actos delictivos, el
vandalismo, las disputas personales y los conflictos políticos también
contribuían significativamente a la proliferación de incendios en la ciudad.
Al contrario
de lo que ocurría con las inundaciones, donde la acción pública era más
reactiva que preventiva, la gestión de incendios en Roma destacaba por la
implementación de medidas preventivas.
Así, al
margen de la creación del cuerpo de bomberos o vigiles, se
adoptaron medidas que sirvieron para prevenir no sólo los sucesos sino también
los efectos. Destacaba el empleo de materiales resistentes al fuego, el control
de los depósitos de aguas destinadas a la extinción por parte del poder
público, la recomendación a la ciudadanía de contar con depósitos en los
hogares o el establecimiento de rondas de vigilancia nocturna para una
actuación inminente en caso de incendios.
También se
propuso la posibilidad de demoler los edificios con riesgo de derrumbe y la
creación de cortafuegos para evitar la propagación empleando para ello a
personal de origen militar como los ballistari.
Una de las
medidas más relevantes fue la limitación de las alturas de los edificios y el
establecimiento de distancias mínimas entre las edificaciones. La alta demanda
habitacional de la época debido al crecimiento económico de la urbe favoreció
la construcción de insulae o
edificios con varias alturas hechos de forma precipitada empleando materiales
de mala calidad, que permitían aglutinar a un mayor número de personas en
pequeñas habitaciones o cenaculi.
A raíz del
incendio acaecido en el año 64, el emperador Nerón adoptó medidas urbanísticas
y de seguridad para garantizar la reconstrucción ordenada de la ciudad y
prevenir eventos futuros. Estas fueron expuestas de forma detallada por el
historiador Tácito.
Así ordenó
una reconstrucción planificada con calles amplias, edificios de menor altura y
espacios abiertos empleando materiales ignífugos. Prohibió muros compartidos y
acciones que pudieran derivar el flujo del agua por parte de los particulares,
mejoró el suministro de agua y estableció, entre otras, la necesidad de que
cada edificio contara con su propio equipo de lucha contra incendios.
Antes de la
creación del cuerpo de bomberos, en la República se crearon los tresviri
capitales, los cuales desarrollaron labores de orden público y de
prevención y extinción de incendios utilizando para ello a esclavos y
funcionarios entrenados.
Los vigiles
comenzaron en Roma como un cuerpo de 600 esclavos estatales que Augusto
estableció hacia el 22 a.e.c., siendo en el año 6 cuando adopta la denominación
de militia vigilum y pasa a estar compuesta mayoritariamente
por libertos. En ese momento, se organiza la urbe en siete cohortes que actúan
en dos regiones cada una.
Como
elemento imprescindible para mitigar y extinguir el fuego contaron en primer
lugar con el agua y las infraestructuras hidráulicas existentes. Además,
empleaban herramientas e instrumentos que son utilizados por los bomberos en la
actualidad, como martillos, hachas, sierras, hamae o cubos
hechos con cuerdas, las perticae o pértigas para sostener
paredes en peligro de colapso o para derribar estructuras en llamas, las spongiae o
esponjas que podrían servir para humedecer las superficies, las scalae o
escaleras, así como bombas hidráulicas portátiles como los siphos.
Asimismo,
para protegerse del fuego usaban los centones, o mantas hechas de retales de
telas que bañaban previamente en vinagre o acetum. Estas sirvieron
no sólo para favorecer la intervención en los lugares sin sufrir quemaduras,
debido al efecto retardante, sino también para frenar la propagación de las
llamas al colocar las mantas con vinagre en lugares específicos.
Durante los
siglos IV y V, el cuerpo de vigiles entró en un proceso de decadencia hasta su
práctica desaparición. A pesar de los esfuerzos para darles continuidad, las
limitaciones técnicas y logísticas hacían poco operativas sus intervenciones,
siendo su mantenimiento relativamente costoso para las arcas públicas.
Tras su
desaparición, las funciones de extinción de incendio fueron asumidas por
encargo del poder público al colegium fabri, que aglutinaba a
diversas categorías profesionales de la época. Estos, gracias a la experiencia
técnica adquirida por el desarrollo de sus actividades profesionales, prestaban
apoyo puntual y coordinado interviniendo en las tareas de extinción de incendios.
Actuaban de manera similar a los actuales voluntarios de protección civil, que
si bien intervienen y apoyan a las autoridades competentes en los casos de
emergencia, no tienen atribuida institucionalmente dicha función.
En
definitiva, la antigua Roma desarrolló una gestión integral del fuego
priorizando el interés social, la sostenibilidad territorial y la
corresponsabilidad ciudadana, aplicando medidas de prevención y extinción.”
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